< ÍNDICE DEL MANUAL DE DIRECCIÓN COMERCIAL Y MARKETING
En ocasiones los profesionales nos vemos en la obligación de realizar presentaciones ante clientes actuales o potenciales e incluso ante el público general con el fin de informar, persuadir o comprometer sus posiciones. Los miedos e inseguridades que puedan surgir pueden ser combatidas con algunos consejos que nos ayudarán a hablar en público.
Estos temores se basan en gran parte en el desconocimiento respecto a la reacción de la audiencia, pudiendo causar un nerviosismo que nos lleve a enredarnos en el mensaje, a forzar las posturas y a excedernos en la improvisación. Como siempre, la información previa se convertirá en nuestra gran aliada.
Estudiando las necesidades
No acudas a una presentación pública a ciegas. Hay al menos siete preguntas que debemos poder responder antes de confeccionar el hilo de la charla, que además nos serán de gran ayuda para conseguir confianza y crear una estructura sobre la que apoyarnos:
- ¿Qué tema voy a tratar?
- ¿A quién me dirijo?
- ¿Cuál es mi objetivo?
- ¿Cuánto tiempo tengo?
- ¿Dónde se hará?
- ¿Con qué material puedo contar?
- ¿Qué diré?
Sobre el público lo primero que nos puede preocupar es el número de espectadores, pero no debemos ignorar valores como la naturaleza de los mismos (si son socios, potenciales clientes, clientes, empleados, público general, estudiantes, altos cargos…) pues en realidad resulta algo mucho más a tener en cuenta.
Los conocimientos previos que traigan los espectadores o los prejuicios sobre cierto temas pueden destruir una buena charla si no se han previsto, pero el número de espectadores puede no ser tan relevante como pensamos. Por experiencia puedo añadir que el número suele influir sobre la proactividad de los sujetos, pero también libera de presión al orador y abre nuevas posibilidades de interacción.
El miedo realmente proviene de visualizarnos ante una gran audiencia desconocida. Este sentimiento surge como una reacción natural que debemos combatir racionalizando la situación. Normalmente los asistentes acuden con una mentalidad abierta pues ya saben a qué están convocados.
Incluso estaremos ante personas que saben del tema menos que nosotros. Hace unos años estuve formando a formadores y pude observar cómo algunos asistentes de las pruebas salían encantados con el resultado aunque objetivamente se había mostrado información incompleta, insuficiente y en ocasiones incorrecta.
Por tanto, tenemos que tener claro cuáles son nuestros objetivos, porque hacer una buena presentación no es tan complicado desde el punto de vista operativo, pero el reto consiste en transmitir nuestro mensaje correctamente al mismo tiempo que mantenemos el interés.
El laberinto del discurso
Crea un guión general y ármate de ejemplos prácticos. Trata de hablar de la audiencia e identifícate con ellos si es posible, con el fin de persuadir sus posiciones. Si vamos preparados, nuestra autoestima estará mejor preparada para el reto e incluso se notará en el tono de nuestra voz.
Para evitar perdernos en el laberinto del discurso tenemos que simplificar nuestras ideas a su mínima expresión, de forma que el mensaje sea fácil de entender y de comunicar. Vamos a evitar prolongar la charla inecesariamente, por lo que tendremos que huir del relleno innecesario.
En lugar de explicar varias veces un mismo punto, usemos ejemplos que sean fáciles de visualizar, pero siempre buscando la línea recta. Un uso excesivo de tiempo duerme e incomoda a los asistentes, sobre todo si damos vueltas en círculos o si estamos en una sala muy calurosa o incómoda.
Cuando informamos, estamos ante una labor sencilla que debe huir de consideraciones emotivas, pero si tratamos de persuadir una opinión contraria debemos utilizar todas nuestras herramientas, incluso realizando diversas sesiones. Por último, si tratamos de reforzar un cambio de opinión nos podremos apoyar en la carga emocional, fortaleciendo un convencimiento previo.