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Cuando nos encontramos delante de un buen plato de comida quedamos absortos por el aroma, el sabor y el bienestar que nos proporciona lo que se presenta encima de él, pero nos olvidamos del mensaje incómodo que se oculta debajo. La economía mundial cruje con cada mordisco y el sabor agridulce de una salsa sorprendente define sin palabras la desequilibrada evolución de nuestra sociedad.

Suele decirse que “somos lo que comemos”, pero también somos según cómo y cuándo lo hacemos. La economía de mercado, las condiciones laborales, la crisis, la globalización, la política, la cultura, etc… todo cabe en nuestro pequeño plato y resulta tan sencillo de masticar, que no podemos imaginarnos todo lo que cuesta digerirlo.

Todo por los recursos

¿Recuerdas aquellos tiempos en los que ciertos alimentos solo podían encontrarse en los mercados cuando estaban de temporada? Era una incomodidad que una sociedad de consumo no parecía estar dispuesta a tolerar. Queríamos nuestros alimentos preferidos siempre en el mostrador y, casi sin darnos cuenta, lo hemos conseguido.

Para lograrlo el mundo ha tenido que convertirse poco a poco en una gran finca que escapa de los inconvenientes propios del comercio local. A cambio, se han reconvertido millones de hectáreas de terreno, con el fin de habilitarlos como áreas productivas, e incluso se han introducido cambios a nivel genético en aquello que comemos.

Ahora siempre hay mandarinas, sandías o piñas en tu frutería más cercana, así como una gran cantidad de carnes, huevos o pescado, por muy lejos que estemos del mar.

China, Marruecos, Brasil, India, Filipinas… en un mismo plato de comida puedes disponer de ingredientes llegados de un gran número de países, que normalmente exportan productos que comparten algunas características: producción intensiva, bajos precios de la mano de obra, distribución mundial, aceleración artificial del crecimiento y la acción de muchos intermediarios entre el origen y el destino.

En otras palabra, detrás de nuestro plato encontramos la palabra “globalización”. La eliminación de grandes extensiones de selva amazónica para el cultivo de soja solo es un ejemplo de las nefastas consecuencias de un mundo hambriento que tampoco duda en especular con algo tan básico como el alimento.

Nuestra responsabilidad como consumidores va más allá de nuestro entorno inmediato cuando se trata de los alimentos que comemos.

Y con todo nos seguimos preguntando: “¿Recuerdas el verdadero sabor de un buen tomate?” Los grandes productores han conquistado el terreno de los pequeños, acabando en muchos casos con su forma de subsistencia, manipulando el curso de muchos ríos y haciendo un daño irreparable al medio ambiente.

El cocinar se va a acabar

Son muchos los casos en los que ni siquiera vemos la materia prima, ya que directamente nos encontramos ante productos elaborados listos para calentar y comer.

Esto denota la velocidad a la que estamos abocados a vivir y es especialmente notable en ciudades como Nueva York. Conseguir y elaborar alimentos ha dejado de ser un “problema” y ahora solo tenemos que preocuparnos por elegir, tragar y tirar, dedicando dicho tiempo a otras tareas. Nuestra mente distraída parece educada para consumir sin tomar decisiones meditadas.

No obstante, este espejismo no nos deja ver que estamos ante un “privilegio” del primer mundo, donde el despilfarro luce con especial descaro, a costa de una gran desigualdad con otras regiones del planeta. No vemos y no sentimos, pero además se nos consuela con estrategias de marketing que eliminan nuestro sentimiento de culpabilidad.

Cuanto más se nos separa a las personas de la materia prima, menos protagonismo tenemos sobre la elaboración de los alimentos y menor carga cognitiva tenemos que soportar a la hora de tomar decisiones. Con ello, cedemos la responsabilidad en corporaciones y la defensa de nuestra salud en asociaciones/gobiernos. Es cómodo y para algunos.. especialmente rentable.

Las marcas se han apropiado de muchos alimentos y saben que queremos que nuestra comida siempre sepa como esperamos, que esté disponible en cualquier lugar y momento, que sea atractiva y cómoda tanto de comprar como de consumir. Es lo que nosotros les hemos pedido, tampoco lo olvides ¿Sueles leer las etiquetas de ingredientes? ¿Sabes de dónde viene lo que comes?

Un cambio complejo

No es sencillo huir del azúcar añadido o procurar un consumo de productos locales. En ocasiones nuestro propio estilo de vida nos obliga a descuidar estos aspectos al comer fuera o por cuestiones económicas, lo cual nos hace pensar si es algo que realmente podemos conseguir por nuestra cuenta.

Incluso aunque tomemos conciencia del problema de forma temporal, solemos volver a los hábitos más cómodos y rentables. Preferimos colmar el plato para no poder leer el mensaje que hay debajo, pero aún así huele.

No seré yo quien lo lea. De hecho ni siquiera necesitas leerlo, pues siempre hemos sido más conscientes de lo que queremos admitir. Sabemos que algo está mal y que el camino lo marca el dinero. En ciertas coordenadas mundiales aumenta el problema de obesidad mientras en otras se muere de hambre. No obstante ¿cuánto pagarías por un tomate? ¿has pensado por qué esa hamburguesa es tan barata?

La próxima vez que te sientes delante de un plato de comida, no ignores el mensaje económico y social que oculta, porque es nuestra responsabilidad y el principio del cambio. En ocasiones debemos asumir las consecuencias de nuestras decisiones de consumo y dejar de tragar según qué cosas.

Imagen | Michael Stern

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