Hacia el nuevo mundo

Nuestro país vivió un gran periodo inflacionista desde el año 1501 que no se relentizó hasta mediados del siglo XVII. A este lapso de tiempo se le ha denominado «revolución de los precios» desde la publicación de un estudio publicado por Earl J. Hamilton en 1934, por ser algo radicalmente distinto a lo acontecido en el mundo hasta ese momento.

Las razones de esta notable subida de precios la encontramos en diversos frentes, pero especialmente por la explosión demográfica surgida tras la peste negra que asoló Europa en 1348 y por la llegada de metales preciosos desde el recién descubierto «nuevo mundo». De esta manera, la historia puede ayudarnos a comprender cómo se forman los precios.

El caldo de cultivo de la revolución de los precios

Los precios en España y en el mundo conocido eran mucho más estables de lo que es habitual en nuestros días, pero la irrupción de la peste negra se encargó de producir un hundimiento de los mismos debido a la pérdida poblacional (caída de la demanda) tras haber experimentado una inflación notable en los momentos álgidos de la crisis.

Tras este suceso, los precios se mantuvieron bajos pero en lenta recuperación según fue creciendo la demografía. La oferta y la demanda iban encontrando su punto de equilibro poco a poco, hasta que a comienzos del siglo XV, se produjo un fuerte aumento poblacional que aceleró el proceso.

Esto obligó a aumentar la producción de bienes manufacturados, que al contrario del resto, habían aumentado sus precios por la caída de la oferta ante la falta de mano de obra tras la nefasta epidemia de 1348.

Por tanto, este sector experimentó un gran crecimiento ante la recuperación poblacional y por el aumento de la riqueza nacional, sobretodo tras el inesperado descubrimiento y explotación del nuevo continente (América en 1492) que trastocó la realidad nacional e internacional.

Literalmente, un «problema» de plata

España disfrutó del monopolio de la explotación de minerales preciosos desde el nuevo continente hacia Europa, concretándose en la Casa de Contratación de Sevilla, por lo que es fácil imaginarse la avalancha de estos materiales en nuestro país, causando que aumentara el dinero circulante y que los precios se multiplicaran por 4 en menos de un siglo.

Ya durante el comienzo del siglo XVI, Martín de Azpilcueta observó una relación entre el aumento de dichas importaciones con el aumento generalizado de precios, pero estos datos fueron muchos más concretos en la investigación de Hamilton, en la que se puntualizó que entre los años 1500 y 1650 llegaron a nuestro país 181 toneladas de oro y nada más y nada menos que 16.886 toneladas de plata, siendo México el origen mayoritario de dichas reservas.

La monarquía española poseía una participación en dichas extracciones mediante medidas fiscales sobre los colonos y la producción americana, usando dichos fondos para pagar sus gastos y para financiar el envío de materiales a América.

El impresionante incremento de las reservas monetarias y el aumento del poder adquisitivo de los españoles se tradujo en una inflación que en poco tiempo se tradujo en una pérdida de competitividad de nuestra economía ante el desarrollo de la industria manufacturera extranjera, donde los efectos de la llegada de los tesoros americanos fue inferior y experimentó un menor aumento de precios.

Sin duda, esta época de enriquecimiento ayudó a que se formara la crisis de 1640, causada entre otras cosas por el aumento de la presión de la piratería internacional sobre las importaciones españolas de tesoros americanos, así como por las dificultades por mantener un imperio tan disperso que tenía evidentes problemas fiscales para su mantenimiento, por la participación en la cruenta «guerra de los 30 años» y por las dificultades surgidas en el comercio de las Indias.

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Imagen | DC White

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