petroleo

En 1911, tres años antes del comienzo de la primera Guerra Mundial, se produjo un enfrentamiento diplomático en la ciudad porturaria de Agadir, cuando una cañonera alemana invadió las aguas francesas de Marruecos.

Este pequeño incidente tuvo unas repercusiones tan importantes que marcarían la cercana guerra, situando al petróleo como la fuente de energía con mayor importancia estratégica.

Un pequeño gran incidente

Aunque sobre el papel la invasión alemana de las aguas francesas no tuvo una repercusión bélica inmediata, trajo consigo unos movimientos diplomáticos que reflejarían la tensión existente entre los países implicados.

El Kaiser Guillermo II obtuvo a corto plazo una recompensa a su demostración de fuerza en las aguas, ganando una porción en el Congo como compensación por no luchar por el Magreb y por renunciar a establecer en Marruecos una base naval.

No obstante, Francia fortaleció su protectorado en la zona y estrechó aún más su alianza con el imperio británico, que era por aquel entonces la mayor potencia mundial.

Con todo esto, los ingleses fueron muy conscientes del afán “invasor” o expansionista del Segundo Reich y del canciller Otto von Bismark, viéndo como se aceleraba la carrera armamentística entre su imperio y Alemania.

El conflicto cambió la visión que tenía el joven Winston Chuchill sobre la cara competencia naval que ya existía entre ambos países, teniendo muy claro que hacía falta dar un fuerte golpe sobre la mesa: la marina debería pasar del carbón al petróleo, si bien era una empresa bastante compleja.

El oro que nadie quería

Hasta mediados del siglo XIX el petróleo tuvo un peso casi anecdótico en la economía mundial. La madera, el carbón y el vapor se habían convertido en los motores de la revolución industrial, pero poco a poco se empezó a encender la luz del oro negro.

De hecho, esta luz se pudo observar de forma literal, ya que el primer aparato que demostró el poderío energético del petróleo fue una lámpara que compitió con las clásicas de trementina, gas ciudad u otros, mediante un derivado: el keroseno.

Esto produjo una gran vorágine capitalista, de la que hizo buena cuenta el famoso Rockefeller. La sustancia, antes difícil de encontrar (de venta en farmacias) empezó a emerger gracias al descubrimiento de numerosos yacimientos repartidos por todo el mundo.

Los primeros oleoductos surgieron pronto, como fórmula para ahorrar impuestos en el transporte.

Por desgracia para muchos, Thomas Alva Edison inventaría la bombilla eléctrica y esto restó bastante atractivo a la explotación del petróleo, al menos hasta que en la Alemania del Segundo Reich comenzaron a producir los primeros vehículos con motores de explosión.

En EEUU Henry Ford se llevó el gato al agua cuando comercializó en serie el famoso Ford T, que impulsó la venta de gasolina desde 1908, haciendo que aumentara el negocio de las prospecciones.

Humo blanco o humo negro

Como vemos, el petróleo tuvo un mayor impacto sobre la sociedad civil que sobre la militar, al menos hasta el conflicto de Agadir.

Winston Churchill pudo ver más allá del humo blanco producido por el vapor y creyó en la potencia de los hidrocarburos para asegurar la supremacía mundial de la Royal Navy.

Un galón de petróleo rendía tanto como cinco kilos de carbón de alta calidad o diez de la tradicional leña galesa. Esto prometía una mayor velocidad, un menor peso, un menor coste y una mayor potencia de fuego al poder llevar más carga. Era toda una revolución.

La mala noticia es que la materia prima no se encontraba en su territorio, por lo que comenzó una gran lucha por asegurar las reservas mundiales y las fuentes de producción, que tenían una importancia fundamental sobre el resultado de la guerra.

El Imperio Británico era el primer productor mundial del carbón, pero no tenían petróleo en su propio suelo, sino en Persia

El imperio británico apostó por esta energía de forma determinante, pero el Segundo Reich también trató de abastecerse del oro negro, si bien en la práctica dependían de la Standard Oil (EEUU) y de su alizana con el imperio otomano, algo que se plasmaba en la construcción de un tren entre Berlín y Bagdad.

Apenas dos semanas después de la nacionalización en secreto de la Anglo-Persian Oil Company (actual BP) por parte de los ingleses, con la que explotarían los pozos persas, estalló la guerra. Entonces, las piezas ya estaban situadas en el tablero.

¡Taxi!¡Taxi!

Cuando estalló el conflicto, los ejércitos atacantes dependían de los ferrocarriles para desplazar armamento y personal hacia las fronteras. Igualmente, la velocidad era fundamental para proteger la integridad de los territorios atacados.

Ahora bien, las vías llegaban hasta la frontera, pero desde ese punto era necesario un transporte diferente para llevar las armas hasta la batalla de forma rápida.

Las vías de otros países o eran incompatibles o eran destruidas como estrategia defensiva, así que durante las primeras semanas del conflicto se requisaron cientos de taxis, camiones y otros vehículos civiles. Se hacía evidente la necesidad de potenciar la producción de estos vehículos.

Guerra con olor a gasolina

El imperio otomano estaba de lado del Reich, de modo que los ingleses invadieron el sur de Irak (nombre actual) en Noviembre de 1914, para proteger sus pozos.

Esto solo fue el principio de una intensa campaña, en la que se movilizaría a un millón y medio de soldados británicos, en la que aumentarían los territorios británicos en la zona y su peso estratégico sobre el control del petróleo.

Berlín quedó en jaque, pero durante un tiempo pudo obtener este importante combustible mediante la compra a paises neutrales, que no estaban vedados por los ingleses.

Los aviones ganaron un protagonismo crucial gracias al petróleo y la guerra por tierra se vio revolucionada por los primeros tanques, torpes, incómodos y dados a los errores técnicos, pero temibles.

El reparto del oro negro tras la guerra

El peso del oro negro fue fundamental para la victoria aliada, quedando en manos británicas y francesas el reparto del caído imperio otomano.

Así, armados con un mapa, se repartieron el territorio creando los límites de Siria, Arabia Saudí, Irak, Jordania, etc. En Oriente se pusieron y quitaron reyes para asegurar que el poder estuviera alineado con los ganadores de la guerra.

Se creó un nuevo mundo. La pequeña luz, se convirtió en la gran llamarada y no hubo vuelta atrás. En la segunda Guerra Mundial ya sería una realidad tan sólida como incuestionable.

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Imagen | Shutterstock

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