Robo de cuerpos

Tras siglos de avances médicos coartados por diversos motivos éticos y religiosos, durante el siglo XIX se produjo un nuevo el renacer de la práctica médica, modernizándose la realización de autopsias y otros procesos que se encontraban en desuso. Esta realidad tuvo diversas consecuencias, entre las que encontramos la venta y el robo de cadáveres en el Reino Unido.

Estudios como los de Karl von Rokitansky y la escuela médica vienesa estuvieron a la vanguardia durante años, impulsados en parte por el estudio de cuerpos humanos inertes. El acceso a ellos por parte de las escuelas siempre ha sido una materia compleja, por lo que ya entonces existía una economía sumergida basada en la compra de cadáveres, debida a la creciente demanda y la baja oferta existente.

Esto era más patentes en los países donde la medicina experimentaba un mayor crecimiento y donde las leyes que permitían el uso de cadáveres eran más inflexibles, como en el Reino Unido, donde la práctica de los “resurreccionistas” (como fueron denominados los ladrones de cuerpos) fue especialmente notoria.

Autopsia: Del griego “autós” y “opsis”- acción de ver por los propios ojos (RAE)

Del delito leve al gran negocio

Antes de la aprobación la Ley de Anatomía en 1832, los únicos cadáveres disponibles en el Reino Unido para la realización de autopsias eran aquellos que eran condenados a muerte, cuyo número decaía, por lo que no existía un número suficiente de cuerpos con los que satisfacer las crecientes necesidades de las escuelas de medicina y equipos de investigación.

Esto creó un escenario que aterrorizó a la ciudad de Londres a principios del siglo XIX. Los cadáveres estaban muy codiciados y los cementerios estaban llenos de ellos, ya que por aquel entonces Londres era una de las ciudades más pobladas del mundo, teniendo la mayor densidad poblacional del planeta.

El número de estudiantes de medicina aumentó notablemente, los cuales asistían por cientos a las disecciones practicadas por grandes anatomistas, por lo que era evidente que el número de cuerpos con el que contaba la ciencia era insuficiente para cubrir las necesidades reales, pues para empeorar la situación, cada estudiante debía diseccionar tres cadáveres para graduarse. Esto los convirtió también en compradores potenciales.

Por otro lado, el robo de cuerpos solo estaba castigado con penas económicas y de cárcel (no de muerte), por lo que ahora el negocio era lo bastante lucrativo como para que valiera la pena asumir el riesgo. Por otro lado, los compradores también estaban dispuestos a arriesgarse, por las necesidades de mejorar en el terreno quirúrgico y satisfacer las ingentes necesidades de la población.

Como toda actividad económica sumergida, es difícil descubrir los precios que se llegaron a pagar por los cuerpos y el volumen real de operaciones, pero fue lo suficientemente relevante como para que se tomaran medidas de seguridad excepcionales en los cementerios.

Existen indicios de que por algunos cadáveres fueron abonadas siete libras, que representaban el salario de medio año de un trabajador medio.

Muchas familias se turnaban para vigilar las tumbas, pero en el caso de los más pudientes no era extraño que se protegíeran con rejas (Mortsafe) y otras medidas similares. Sin duda, el temor de esta práctica también ayudó a que florecieran otras actividades destinadas a garantizar la seguridad de los muertos.

Un caso excepcional es el de Anna Campbell, que solicitó ser enterrada en un ataúd de hierro, cual caja de seguridad, aunque era más habitual la contratación de equipos de seguridad y la instalación de Casas de Vigilancia, torres y muros.

Según aumentaba la seguridad y el temor, los resuccionistas agudizaban el ingenio, hasta el punto de que muchas tumbas eran vaciadas sin dejar pruebas visibles. No obstante, la alarma social limitó la oferta de cadáveres, por lo que probablemente el precio se vería incrementado en consonancia al riesgo asumido.

Muchos de los ejemplos de la venta de cadáveres se hallaron en los 262 ataúdes descubiertos en 2006 en un cementerio olvidado del Royal London Hospital, que posteriormente se transformó en una exposición del Museo de Londres en las que se mostraron los restos mutilados y diseccionados que reflejaban esta oscura etapa de su historia.

Las nuevas dificultades para acceder a los cadáveres y la propia avaricia llevó a algunos sujetos a dar un paso más allá dentro de las actividades delictivas, asesinando y vendiendo los cadáveres de los perfiles aparentemente más codiciados por los investigadores. Estos preferían mantenerse ajenos al origen del cuerpo, centrándose en la investigación posterior.

Las cirugías practicadas a comienzos del siglo XIX era de alto riesgo, al no contar con medidas antisépticas ni anestesias. La pausada experimentación y observación que se podía realizar con los cadáveres eran fundamentales para poder operar con cierto éxito, sobre todo al tener en cuenta que los conocimientos anatómicos eran incipientes.

El ejemplo más notorio de esta nefasta actividad la tenemos en Edimburgo, donde quedaron para la historia los asesinatos en serie de Burke y Hare, dirigidos a personas solitarias, vagabundos o de profesiones denostadas como la prostitución. Paradójicamente, el cuerpo de Burke fue donado a la escuela de medicina tras ser ahorcado y su esqueleto sigue expuesto en la University Medical School, mientras que su piel acabó forrando un libro visible actualmente en el Police Museum, en la Royal Mile.

Caída del negocio

Seguridad en los cementerios

Tal y como adelantamos al comienzo de este artículo, en 1832 se aprobó en el Reino Unido la Ley de Anatomía (Anatomy Act), en la cual se regulaba la donación de cuerpos a la ciencia. Con ella se aumentó notablemente el número de cadáveres que llegaban a las escuelas de medicina, de forma legal, por lo que la vía sumergida perdió atractivo.

El riesgo era ya inasumible y los precios fueron bajando a medida que la ciencia médica no necesitaba acudir a los ladrones de cadáveres. Por tanto, la regulación legal fue suficiente para derivar la demanda y terminar con el uso ilícito de los cuerpos de los fallecidos.

Esta ley permitía utilizar los cadáveres de las personas que no eran reclamados por sus familiares, por lo que en la práctica supuso la utilización de los cuerpos de personas pobres y/o marginadas.

Hasta la llegada de las Guerras Mundiales (especialmente la segunda) no comenzaron a ser relevantes las donaciones voluntarias, así que durante un tiempo las escuelas de medicina fueron dotadas con cuerpos de personas de bajos recursos económicos, causando posteriormente la polémica.

Aún con todo, la ley perduró de una forma u otra hasta 2004 y logró acabar con el problema de los resurreccionistas. Sin duda, el robo y la venta de cadáveres dejó de formar parte de la economía sumergida, para así reposar bajo tierra junto a los cuerpos de los ciudadanos que, ahora si, podían descansar en paz.

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Germán Udiz

Grudiz (Germán Udiz) es divulgador, analista y máster en gestión de RRHH, ADE, Bachelor in Business Administration. Actualmente Administrador de Visión Veterinaria. Autor de "La historia de nuestra EGOnomía", "Manual de Dirección Comercial y Marketing" y "Aprendiendo bolsa desde cero"

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