El síndrome Bournout o «síndrome del quemado» se define como una fatiga física y mental crónica o prolongada, producida en las personas ante la exposición continuada a una situación estresante, por lo que su padecimiento cada vez es más habitual en las empresas.

Afecta especialmente a los trabajadores que se encuentran en contacto directo con los clientes o que tienen jornadas laborales largas e intensas. Debido a que esta carga de estrés se puede somatizar, cada vez se producen más bajas laborales al reconocerse el síndrome mediante los padecimientos físicos de los afectados.

Esto puede llegar en forma de taquicardias, dolores musculares, problemas de sueño, impotencia sexual, palpitaciones, trastornos digestivos, etc… además de afectar a la mente de los empleados.

Una de las herramientas más conocidas para descubrir este padecimiento es el «Maslach burnout inventory» (MBO), que estudia el problema desde tres factores diferentes: realización personal en el trabajo, agotamiento emocional y despersonalización, que se reparten en 22 ítems que deben ser informados por el sujeto e interpretados por un psicólogo o personal especializado.

Con ello vemos los tres campos de batalla que están abiertos para luchar contra esta patología y dónde hay que hacer más esfuerzos, dada la imposibilidad de hacer desaparecer el estrés de las empresas. Crear sistemas de incentivos, reconocer el trabajo de los empleados, crear itinerarios para carreras profesionales, adecuación de horarios y turnos, variedad en las tareas, crear políticas de conciliación familiar…

Otras herramientas para detectarlo son: la Burnout Scale de Kremer y Hofman, la Matthews Burnout Scale for Employees de Mattews, la Escala de Efectos Psíquicos del Burnout de García Izquierdo, o el Rome Burnout Inventory de Venturi.

Un empleado quemado es menos productivo y se siente menos vinculado a los objetivos de la organización, por lo que crear un entorno de trabajo saludable siempre es positivo para todas las partes. No obstante, cada persona posee ciertas características individuales que nos hacen más o menos propensos a padecer el síndrome bajo las mismas circunstancias.

Marco legal

Respecto a su reconocimiento legal, en el año 2.000 el Tribunal Supremo reconoció por primera vez al “síndrome de desgaste personal” o «Burnout» como una enfermedad laboral, suficiente para desencadenar una baja laboral.

La Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Galicia también reconoció un plus de peligrosidad a los empleados de un centro de atención a personas con discapacidad, al estar expuestos a las condiciones que pueden provocar este problema.

Además, la Organización Internacional del Trabajo reconoció en 2001 que el síndrome burnout es un efecto crónico del estrés laboral y que puede tener consecuencias similares a otros transtornos mentales.

¿Bournout o estrés?

En ocasiones se confunden ambos extremos, pero hay algunas diferencias básicas, pues mientras una persona estresada se siente demasiado vinculada a los problemas que lo originan, el empleado quemado tiende a todo lo contrario e intenta separarse de ellos en lo posible.

Por otro lado, una persona estresada siente una aceleración general de su ritmo de trabajo mientras que una persona con el síndrome Bournout se siente «espeso» y lento en sus labores.

El estrés es un acto natural y que nos ayuda a estar alerta, por lo que en una medida adecuada puede servirnos de impulso, pero el síndrome del trabajador quemado solo nos impulsa hacia abajo. El estrés nos habría terminado «quemando».

En cualquier caso, hablamos de un trastorno difícil de medir por un simple observador, por lo que debe ser diagnosticado por una persona cualificada.

¿Cómo evitar el síndrome Burnout?

Ya hemos visto que el entorno laboral es fundamental, pese a que existen algunas características individuales que pueden influir de forma notable. El primer paso para minimizar la aparición de esta patología pasa por realizar una identificación de riesgos psicosociales, dentro del plan de prevención de riesgos laborales de la organización.

Así descubriremos qué factores representan una mayor carga de estrés, para poder mejorar los procesos que tienen lugar en él, adaptar los horarios o introducir una mayor variedad de tareas, según convenga.

Por otro lado, es positivo mejorar la comunicación interna para que los empleados se sientan parte de la organización, analizar las competencias, mejorar la formación, crear incentivos, aumentar el grado de autonomía, fomentar el trabajo en equipo, etc…

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