Hitler y Franco

Mucho se ha hablado de la famosa reunión entre Hitler y Franco en Hendaya, pero se le ha dado muy poco protagonismo a uno de los acuerdos más relevantes realizados entre ambos. El suministro de wolframio, del que España era productor, resultaba vital para los planes de Hitler y esto supondría una gran revolución económica en nuestro país y el nacimiento de una burbuja que ayudaría a pagar las deudas contraídas durante la guerra civil.

Resulta complicado imaginar que en algo tan insignificante como una bombilla se encuentra un mineral que tuvo una gran importancia estratégica y económica durante la segunda guerra mundial, pero cada vez que se enciende parece pedirnos que hagamos un esfuerzo por recordar.

El filamento de este objeto está compuesto por wolframio, uno de los materiales más importantes durante el conflicto, que acaparó todos los focos de la especulación en España como efecto de los acontecimientos internacionales en aquella época.

La denominada “guerra del wolframio” posiblemente representa una de las mayores burbujas de nuestro país superando los efectos del afán especulador en el mercado inmobiliario que hemos vivimos hasta hace unos años. Esto es así por su repercusión macroeconómica y porque sus efectos fueron ciertamente notables para nuestro país en algo menos de 4 años.

La transformación de un mineral en objeto del deseo

Para hablar de los comienzos de esta historia debemos transportarnos brevemente al siglo XVII, momento en el que científicos españoles descubrieron el mineral también conocido como “tungsteno”. En aquel momento resultaba imposible imaginar todas sus aplicaciones futuras aunque se reconocía como un material de gran dureza y capaz de soportar temperaturas extremas.

Varios siglos más tarde, en los años 30, los alemanes comenzaron a aplicarlo en su maquinaria bélica al aprovechar sus características para endurecer proyectiles (especialmente los misiles antitanque) y el armamento. Esta tecnología parecía algo superior a la utilizada por los aliados pero el problema de este proceso era que Alemania no disponía de wolframio en su territorio y tenía que importarlo.

Este pequeño inconveniente se convirtió en un gran problema estratégico mediante aumentaba la complejidad de lo que posteriormente sería conocido como segunda guerra mundial.

En un principio el mayor suministrador de este material era China pero en cuanto los nazis atacaron la URSS, principal arteria terrestre con Asia, se cerraron todas las posibilidades de continuar con estos proveedores.

La vía marítima quedó igualmente descartada por la presencia de la temida Royal Navy inglesa así que se tuvo que mirar a los productores europeos, claro que en plena guerra las opciones eran escasas.

Hitler podría haber predicho estos acontecimientos y sabía que España estaba cerca, era productora y era “amiga” de Alemania. De esta manera el papel estratégico de nuestro país fue abrumador pues ante la bajada de la oferta se dispararon los precios del codiciado mineral.

Explota la fiebre especuladora

Hendaya

Para entender lo que supuso este fenómeno para nuestro país basta decir que, antes de que comenzara la fiebre, en España solo existían seis empresas dedicadas a extraer el mineral y al final de la guerra ya había más de 100 intentando aprovechar las circunstancias.

Ante la falta de competencia internacional y por la importancia para la estrategia bélica el precio pasó de los 42 euros por tonelada en 1941 a los más de 2.000 en 1944. Sobra decir lo increíble de este crecimiento y lo atractivo que resultó para nuestros paisanos.

“El wolframio es para nosotros prácticamente lo que la sangre para el hombre”. Conocido extracto de la carta remitida por el embajador alemán en España al ministro de Industria y Comercio español durante 1943.

La exportación de este mineral superó a la de otros productos tradicionales como el aceite, el vino y las naranjas, suponiendo el 20% de nuestras exportaciones y representando prácticamente el 1% del PIB. Para entender esta explosión hay que saber que España también fue proveedor de las potencias aliadas al final del conflicto pese a su papel de falsa neutralidad.

Lo que nos pagaron y lo que tuvimos que pagar

Según avanzaba el conflicto Alemania veía menguar su capacidad económica de modo que plantearon el intercambio de hierro y wolframio (entre otros) por la condonación gradual de los restos de la deuda contraída durante la guerra civil española. Con los beneficios obtenidos por las exportaciones de este mineral se estuvo muy cerca de pagar su totalidad y este acontecimiento podía ser definitivo.

El acuerdo no sentó nada bien al bando aliado, especialmente a Roosevelt que enfrentándose a Churchil por tener una postura menos transigente impulsó el cese de la venta de petróleo y derivados a España.

El Reino Unido tenía intereses en España y se mostró más moderado para continuar su importación de piritas y para evitar que nuestro país cambiara su postura de no beligerancia ante el conflicto. Con el avance aliado por el sur de Francia se cortó la vía de suministro entre España y Alemania de modo que las exportaciones e importaciones por esa vía se vieron radicalmente cortadas.

Las reservas de petróleo evitaron que cundiera el caos en nuestro país pero se produjeron fuertes restricciones que por suerte evitaron la hambruna. Eso sí, desde 1945 hasta la llegada del conocido plan Marshall, España tuvo muchísimas complicaciones y pagó un alto precio por su posicionamiento durante la guerra.

Una vez finalizado el conflicto mundial volvieron a entrar en el mercado el resto de productores y pese a que las exportaciones continuaron años después alimentadas por la guerra fría, el precio del mineral cayó en picado como una de esas bombillas que dejan de brillar súbitamente en cuanto se pulsa el interruptor de apagado.

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