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William Somerset Maugham dijo que “sólo una persona mediocre está siempre en su mejor momento” y no le faltaba razón pero la mediocridad de un líder no solo se refleja en sí mismo sino que puede generar un vórtice con la capacidad de absorber a los demás. El lugar al que son arrastrados podemos llamarlo “el pantano del mediocre”.
Un sitio donde la genialidad debe luchar para saltar sobre el barro mientras el líder lo percibe como una amenaza y hace esfuerzos por enterrarla. El pantano, con la ayuda de ese líder sin talento encarnado en troll u orco, se convierte en el asesino de la creatividad, la motivación y la innovación.
Un líder mediocre no es consiente de su naturaleza, de ahí que lo sea. Tiende a pensar que sus conocimientos son suficientes para enfrentarse a la realidad empresarial cuando lo importante es saber manejar la información con inteligencia y tratar a las personas con respeto.
En el pantano todo se atasca por la limitación impuesta de forma voluntaria o involuntaria por el líder. Este puede hundir al resto de trabajadores por considerar que su criterio es el único bueno o por pensar que todo va bien tal y como se hacen las cosas cuando en realidad la sociedad se hunde.
Cuando la empresa es uno de estos pantanos no se escuchan voces disonantesya que no son atendidas. Los pies en el barro no son capaces de avanzar con agilidad y las respuestas ante cambios bruscos son prácticamente nulas.
El trabajador que intenta destacar puede percibir que no lo logrará mediante la creatividad y el esfuerzo sino mediante el asentimiento, el cumplimiento ciego y la confianza. Esto puede convertir a todos los habitantes del pantano en mediocres y por tanto a la empresa en zombie.
La mediocridad es difícil de erradicar sobre todo si el barro está humedecido por la vanidad. Como dijo Thomas Wolfe “la más segura cura para la vanidad es la soledad”, algo que solo pasaría si la empresa quebrara o si el troll fuera cesado, algo que difícilmente pasará si es el propio dueño.